Desearía olvidar de una jodida vez. Coger todos esos
recuerdos, arrugarlos y hacer una bola, como si papel se tratase, y encestar en
la papelera de los errores. Casi puedo imaginar como se resbalan y caen al
suelo. Esa papelera esta demasiado llena de ellos.
.Cojo una botella de alcohol, una de tantas que hay tiradas
por el suelo. Ni siquiera miro el nombre, con que esté llena, me es suficiente.
Y me la bebo sonriendo por lo triste que es la vida.
Hoy realmente creía que iba a ser un buen día. Me había afeitado, duchado, y hasta había planchado mi ropa.
Claro que primero había tenido que buscar la plancha por al menos quince
minutos hasta que por fin la encontrara.
Luego cogí la moto y me fui a la universidad. Dado lo mierda
que me sentía en la vida, costaba creer que hubiera llegado tan lejos.
Yo antes
era uno de esos rebeldes que apenas estudiaban, se pasaban la vida en la calle
y disfrutaban de una buena pelea. Y pensar que por esos defectos ella se había enamorado mi…
Bebo otro trago, intentando ahogar el dolor. Cuando me dejó,
descubrí que estudiar ayudaba a mantener mi cabeza concentrada. A no pensar. A
no tener que recordar aquello que había perdido. Lo curioso es que los exámenes
me salían genial. No me ponía nervioso, aunque eso se debía a que no tenía nada
que perder. Casi había perdido todo. ¿Qué importaba una cosa más?
Desayuné apenas un café. Desafortunadamente, las ganas de
comer no habían vuelto. Aunque me daba igual. Cuando habías probado el sabor de
la amargura, ya todo te sabía a ella.
Después fui a clases, y hasta ahí todo bien. Intenté
atender, no desviar la mirada para mirarla solo una vez más, porque nunca sabía
cuando dejaría de verla. Lo penoso es que siempre se me humedecían los ojos
cuando la contemplaba, tan bella, tan feliz, tan lejos.
Me había acostumbrado a tener un paquete de pañuelos cerca
cuando eso ocurría.
Pero esta vez no lo hice. Contuve mi mirada al libro, al
profesor, a la pizarra, a lo bolígrafos. A cualquier cosa menos a ella.
Terminaron las clases y me di cuenta de que no la había mirado ni pensado en ella.
Casi me sentí feliz. Esperanzado, me había preguntado si ese
sería el día que por fin me olvidaría de ella. El día que dejaría de levantarme
pensando en ella, en acostarme llorando por ella.
Quizás intentaría vivir a
partir de ahora, preocupándome por mis estudios, por mi salud, por mi mismo.
Llamaría a mis amigos. Sería increíble volver a escuchar sus
voces, sus bromas, sus gilipolleces, sus consejos. Después de lo ocurrido con
ella, casi no salía de casa, me quedaba llorando, y cuando estaba con ellos, me
sentía raro, ausente, con la sensación de quizás ya no volvería a ser el mismo,
de que ya no volvería a vivir otra vez.
Ellos me habían aconsejado quedarme en casa, pensar y
superarlo poco a poco. Todavía no lo había superado. Por eso aún no les había
llamado.
A lo mejor me enamoraba otra vez. No, eso no. Sería
imposible soportarlo otra vez. Aunque tal vez la razón de que no me volvería a
enamorar, era que no había nadie como ella. Pero lo intentaría.
Resignado, pero con una sonrisa sobre mi rostro, salí de la
universidad. Me subí a mi moto y me dirigí hacia casa. Pensando en que me
esforzaría cada día en olvidarla, en tirar sus cosas que aún estaban en mi casa,
en volver a ser como antes, no vi el coche que me atropelló.
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