22 de abril de 2012

Atrapado en la realidad. (Parte 2)

Creía que estaba muerto. Pero estuve más seguro cuando escuche su voz. Esa dulce voz que mi cerebro recordaba tan bien, a pesar del tiempo que llevaba sin escucharla. Ella me levanto del suelo, llamándome varias veces con voz preocupada.
Tenía los ojos cerrados y me dolía todo el cuerpo, aunque los brazos y las piernas mucho más. Seguramente algún hueso se habría roto. Cogí aire fuertemente y pude comprobar que mis costillas no estaban rotas. Bien, un problema menos.

Abrí los ojos y la vi. Ella se dio cuenta de que estaba consciente y lo que no me esperé fue, que me abrazara. Pero no antes de ver sus ojos llorosos. La visión de ella llorando por mí, dolía más que mis brazos y piernas.

Se separó de mí, limpió sus ojos, y se puso a un lado para que los paramédicos me atendieran. La miré con miedo de que se fuera… otra vez. La duda de que esta vez fuera para siempre, pinchaba profundo en mi corazón ¿Dolería incluso más?  No la tenía de vuelta, eso lo sabía de sobra, pero quemaba cada vez que no la sentía cerca.

Entonces, como adivinando mi pensamiento, susurró un “No me iré”
Aguantando las lágrimas y las ganas de decirle “ya lo hiciste y eso me costo la vida. Literalmente.” Asentí y cerré los ojos.

En la ambulancia pude sentir que no soltó mi mano todo el camino hacia el hospital. Sonreí mientras perdía la consciencia… Era tan suave como recordaba.

Tiro la botella contra el televisor. Esta se rompe dividiéndose en mil pedazos de cristal. Me levantaría, cogería los trozos y formaría un corazón. Un corazón roto en mil pedazos. En que mis manos sangrarían cada maldito minuto en que estuviera recomponiéndolo. No me importarían las heridas, tenía muchas más que sangraban menos pero que dolían el doble.

Promesas, promesas. Ligeras palabras en el aire. Que no sirven para nada.
Cuando abrí los ojos, vi una habitación blanca, vacía, y sin ella. Me volvía a encontrar solo. Sabía que no debería dolerme, y menos justo ahora, al pensar que al final ella se había ido. Pero, joder que dolía. Aunque después de todo, ¿no todo lo que amas desaparece?
Seguramente, cuando supo que estuve bien y que no tenía nada peor que un brazo y una pierna rota, se había largado para volver con su novio. Afortunado cabrón.

Miro a mi izquierda, donde una botella tentadoramente vacía llama mi atención. Sería genial cogerla, lanzarla y disfrutar oyendo como se rompe en pedacitos que llevaban mi tristeza. Lo que me detiene de hacerlo, es que luego tendría que recoger todo el desastre. Y hacerlo escayolado como que sería difícil…

Mi móvil empieza a sonar. Miro quién llama, y no me sorprendo al saber que es mi hermana. Probablemente se habría enterado del accidente. Le cuelgo, imaginando la conversación que tendríamos:
“¿¡Estas bien!?”
“Sigo vivo, así que supongo que si.”
“De verdad, a veces creo que te haces daño a ti mismo.”
“Como sea. Me da igual.”
“Imbécil. A ti sí, pero la familia que te quiere no.”
“Total, uno menos…”
“Idiota, no se ni como te quiero.”
“Te harías un favor si no lo hicieras.”
“Bueno, llamaba para saber si estabas bien, supongo que estas lo suficientemente genial como para ser estúpido, así que adiós.”
Y colgaría. Se exactamente lo que diría porque siempre era lo mismo. Una y otra vez. Desearía ser un hermano bueno, de esos que se preocupan por las cosas y cuidaban a sus hermanas. Como la quiero demasiado como para preocuparla, le mando un mensaje con un simple “Estoy bien”.

Río con amargura. Y pensar que esta mañana, después de mucho tiempo, me había sentido feliz… feliz, por olvidarla, por no sufrir.
Pero sobre todo, me había sentido feliz porque podía comenzar otra vez una vida, lejos de los recuerdos, y de ella.
Pero, ¿qué había pasado?, me pregunto con ironía. Estaba en las nubes así que me estampé con la realidad en forma de coche. Pero fue peor el golpe al ver que ella me había recogido, acunándome como si no pudiese soportar que algo me hubiera herido. ¿Felicidad? A la mierda.

Alguien llama a la puerta. No tengo ni idea de quién puede ser. Por lo general no recibía visitas, así que no puedo evitar intrigarme segundos antes de abrir la puerta. Pero, segundos después mi corazón se para. Y en el silencio que le sigue, puedo escuchar cada latido. Mis ojos se cierran con dolor, no me lo esperaba.

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