5 de junio de 2011

Recuerdos de un juglar


Me encantaba esta ciudad. Era otoño y, las hojas tenían ese color rojizo que aliviaba el alma. Cuando caían formaban un camino anaranjado para guiar en esta ciudad a extranjeros. Como yo. Ya había visitado a esta gente antes, y aunque debo decir que son buenas personas, resulta un poco difícil emocionarlos. Hoy lo intentaría. Yo era buen juglar, llevaba más de 10 años actuando, contando leyendas, y manejando con habilidad los juegos de palabras, ¿Cómo si no iba a mantenerme vivo solo?
Aprovecharía el color del atardecer para mejorar mi actuación. Logrando así un clima cálido y amable.

Noté que el sol se estaba poniendo, y con un movimiento rápido de muñeca afiné mi laúd y me acomodé en la plaza mayor. Como muchos ya me conocían de tiempos atrás, se acomodaban y gritaban mi nombre esperando un buen relato.

-Me llamo Gavrael. –Incliné la cabeza e hice una reverencia. Empecé a tocar una melodía tranquila, lenta… y empecé a contar lo primero que se me vino a la cabeza. – Un viajero caminaba, sin rumbo ni dirección, cuando de repente, encontró a una dama sin visión. Ella estaba sentada, en medio de un rosal, del color de la sal.
El viajero se enamoró, con el corazón, con la locura, sin la razón.
En secreto, escribía dulces palabras, versos en cada flor, que formaban poemas, llenos de pasión.
Día tras día, a ella se los leían, y ella emocionada, sufría. Nunca podría ver, a aquel tierno ser…
Pero se marchó, dejando tras sí, tantas palabras de amor…
Ella gritó, se derrumbó. Y cuando lloró, algo extraño pasó. No eran lágrimas trasparentes ni resbaladizas, eran simplemente dolorosas y rojizas.
Jamás pudo volver a llorar… ¡Tanto lo intentó!
Todo por ese ser que sin ver amó…

Cuando callé, me fijé en el público. Estaban callados, cuando de un momento a otro, aplaudieron. Dejé mi pequeño sombrero en el suelo y allí fueron echando las monedas.
Me alejé caminando, mirando el suelo, herido de algún modo, por la historia que había contado. Cuando levanté la vista vi a mi hermano, le dí un abrazo afectuoso, pues hacía años que no le veía.
-Vi tu actuación. Ya que te pusiste a contar recuerdos… ¿No podías haber contado uno más bonito?
-A veces los recuerdos más bonitos son los más dolorosos.
-Pero podías haber contado un poema o leyenda ya escrito.
-Lo sé.
-¿Y eso significa…?
-Que no la he olvidado.
Di la vuelta y me alejé. Me fui del pueblo antes de que los rayos de sol iluminaran las lágrimas de mi rostro.

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