15 de mayo de 2012

Las historias de amor no tienen final feliz. (Final)

Me acaricia la mejilla, cierra mis ojos con sus suaves dedos, y me besa. Siento su tristeza al verme así, su alegría por estar aquí, su temor por las consecuencias, y sobre todo… el amor que aún siente por mi.
-Alejarme de ti fue lo peor que he hecho en mi vida. – Dice mirándome con sus ojos llorosos.

Le callo los labios con un dedo. – Shh… Ahora estás aquí, y no quiero pensar en eso. Ya habrá tiempo de arrepentimientos cuando te vayas.
-Yo… - La callo con un beso, impidiéndole acabar la frase.
No había tiempo que perder. Demasiado pronto se iba a ir. Y no quería malgastar los segundos de sus palabras cuando podría aprovecharlos besándola.

Le sonrío. Ella también lo hace.

Pensé que moriría sin volver a verla sonreír. Casi lloro al darme cuenta de que ya no lo haré.

Nos sentamos en el sofá, ella encima de mis rodillas y el único brazo que no se había roto, alrededor de su cintura. No la podía tener suficientemente cerca. Coge un cruasant y me lo acerca a la boca. Lo muerdo y le sonrío.

Durante una hora nos miramos a los ojos, hablamos, compartimos secretos, miedos. Nos besamos con los labios sabiendo a mantequilla. Reímos, bromeo con ella como si olvidara el hecho de que dejé de reír cuando ella se fue. Me roba un beso con azúcar en los labios.

Durante una hora, nos olvidamos del hecho de que éramos unos desconocidos que se conocían como si estuvieran en la piel del otro. De que hacia mucho tiempo que me había despertado a su lado, con el dulce olor de su pelo. De que habíamos madurado y teníamos responsabilidades, pero que ahora éramos los mismos, dos idiotas enamorados que no les importaba el mundo siempre que estuvieran juntos.

Nos olvidamos de eso, en el momento que nos miramos a los ojos.

Ahora la acuno dulcemente, dormida en mis brazos, pensando en el momento en el que tenga que dejarla ir. Si sólo este momento fuera para siempre.
Y con la sonrisa de un niño que tiene su juguete favorito, me entrego al sueño abrazado a ella, inconsciente de que la abrazo fuerte, solo porque tengo miedo de que desaparezca y que todo esto sea un sueño.

Cuando me despierto, veo por la ventana que es de noche, pero sin estrellas.
“Claro que no. La estrella mas brillante, la tengo aquí, conmigo.”
La miro, sonriendo como un imbécil enamorado. Acurrucada, con su pelo negro esparcido por sus hombros, con sus ojos azules cerrados, y sin su almohada, que era mi pecho.

Fui a mi habitación a por una manta, para así evitar que tuviera algo de frío. La cogí de mi cama y al salir por la puerta, no pude evitar ver el diario. Sonreí con tristeza.
Aún recuerdo el día que encontré esa libreta. Era un lluvioso día, como mis lágrimas. No me permitía llorar, pero ese día había sido débil, y no paraba de llorar, por mucho que no quisiera.

Apenas consciente de lo que hacía, cogí un bolígrafo y empecé a escribir. Paré de llorar, y extrañamente me sentía mejor. Era como si toda la tristeza de dentro de mi, la hubiera sacado y la hubiese puesto en forma de palabras sobre la hoja.

Y así hice durante los 7 meses. 7 hojas que escribí cuando la pena esta tan grande que no cabía en mí. Y a esa libreta la llame “El diario de un (penoso, para mi) enamorado”
Ahora lo cojo, junto con un lápiz, consciente de que sería la última vez que escribiría.

Voy al baño, y cojo una caja de pastillas para el sueño. Suerte para mi, habían más de 20, las suficientes para que me mataran. Llené un vaso de agua y poco a poco, fui tragándomelas seguro de lo que hacía, porque era consciente de que no soportaría perderla otra vez. Volver a vivir en ese infierno, por ser desterrado del cielo de sus besos.

Con los ojos húmedos, vuelvo con ella. La arropo con la manta y me siento a su lado. Las lágrimas no dejan de caer mientras escribo la última página. Casi duele pensar que todo esto se acabaría ahora. Ya no volvería a escuchar mi nombre en sus labios, su mano en mi mejilla, ni su corazón al compás del el mío.

Pero sabía que cuando se fuera, cosa que haría y que no podría impedir, era que esas pequeñas cosas dolerían más por no tenerlas otra vez, que por tenerlas por última vez.

Deje el diario en la mesa, al alcance de su vista, y una nota sobre él:
“Este diario podría haberse escrito con otra historia. Podría haber tenido otro final.
Princesa, lee la última página. Y si me hechas de menos, las siete primeras.
Te amaré para siempre. No necesito un corazón que lata para hacerlo.”

La acaricio por última vez y me niego a cerrar los ojos. Ella sería lo último que vería antes de morir. Cómo la amaba. No me avergonzaba pensarlo. Ella era mi vida.Y sin ella no viviría. Ya estaba cansado de ver como me dolía hasta respirar.

Ya era hora de que mi vida acabara, y con ella la historia que habíamos empezado el día que nos conocimos. De que pusiera el ‘Fin’ con letras mayúsculas y que me resignara a no tener un final feliz. Porque las historias de amor no tienen final feliz.

Me limpio mis mejillas. Después de todo, moriría de la misma forma que nací. Con lágrimas. Río. Era irónico que no pudiera sentir ni mis brazos ni mis piernas. Que digo de las manos y los pies. Pero si como caían y como mi corazón se paraba….
Por segunda vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario