Nos miramos, dos conocidos, que se comportaban como si nunca
nos hubiesen visto. Y de repente, todo lo que me costo enterrar profundamente
en mi mente, regresa como si nunca se hubiese ido. Vuelvo a recordar aquellos
momentos que pasé con ella.
Cuando la vi por primera vez, cuando me pegó porque la había
besado sin avisar, cuando me dijo que me amaba, cuando mis ojos le demostraron
lo que sentía por ella…
Cuando me abandonó.
Cuando me odié a mi mismo y me despreciaba, a tal punto, que
tapé todos los espejos con una sabana. Cuando me encerré en casa y dejé de
contestar llamadas. Odiaba la compasión de mis amigos, de mi familia, de todo
aquel que me conocía.
Cuando dejé de dormir por las noches y las pastillas no
funcionaban, las comidas dejaron de tener sabor, y dejé de preocuparme de mi
mismo.
Cuando empecé a beber para olvidar los recuerdos y si podía,
olvidarme de quién era.
Cuando me pregunte: Si el amor no existe, ¿qué es esto que
duele tanto?
Todo pasa por delante de mis ojos mientras la contemplo.
Como si ella fuera un ángel, como si me estuviera muriendo. En cierto modo,
cada vez que la veo muero de dolor.
Con un nudo en la garganta, me obligo a hablar.
-Hola. ¿Qué te trae por aquí?
-Quería saber si estás mejor. Ten, te he traído unos cruasanes
de mantequilla. – Me guiña un ojo.
Vale, no sabia que me sorprendía más, el que estuviera en mi
casa preocupada por mí, o el hecho de que se acordara de mi postre favorito.
Que mi hermana se convirtiera en zombie me sorprendería menos.
-Gracias. – Y ahora lo más difícil. – ¿Quieres entrar y
compartirlos conmigo?
-Sí - Me mira a los ojos y se que no duda.
Abro más la puerta y ella entra. Mierda, la casa parecía la
recepción de un cubo de basura.
-Ponte cómoda. Si encuentras un sitio limpio. – Le sonrío.
Pero ella se queda de pie viendo como yo recojo las cosas e
intento limpiarlo lo máximo que pueda. Bueno… ahora estaba mejor. El suelo no
brillaba pero algo es algo. Obviamente, no puedo empezar ahora a limpiar
delante de ella. No sería muy… educado.
-¿Traigo un poco zumo? – Preguntó ella.
-Claro.
Era extraño verla entrar a mi cocina después de tanto
tiempo. Casi puedo imaginarme que aún estábamos juntos. Que todo era igual, que
no había pasado nada, y que nos amábamos. Pero no podía permitirme pensar eso.
Ella dentro de poco se iría y yo volvería a mi penosa vida. Idiota masoquista.
No tenía que haberla dejado entrar. Sería difícil verla marchar otra vez, por
esa puerta, con nada más que decir que un “Adiós”.
Recojo los trozos de la botella que había tirado antes, para
que por culpa de mi estupidez ella no se cortase por accidente. Si hubiera
estado solo, simplemente me habría dado igual.
Me giro, y la tengo tan cerca, que casi puedo besarla. Pero
no puedo, aún me queda algo de honradez y recuerdo que ya no es mía, ella tiene
a otro. Otro, que aunque sustituya mis caricias, mis besos, mis ojos, mis
labios… jamás la amará como yo.
Y al tenerla tan cerca, mi fuerza cayó en picado.
-Y cuando la llama arda en el fondo del mar, mi amor será
apagado por otro fuego más fuerte. Te amo, y a pesar de aquellas lágrimas que
han caído, jamás han conseguido extinguirlo. ¿Te parece imposible? Imposible es
que alguien te pueda amar como yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario