Golpes en la puerta,
en la ventana. Algo que se rompe. Un jarrón que se cae. Un cristal hecho añicos
y que nunca se va a volver a reparar. Porque una vez que algo que se destruye,
no se vuelve a crear.
Pero el me a creado a
mi. Una mujer que lo necesita para respirar, para vivir, para que su corazón
desbocado, pueda latir. Se que se acerca, lo noto en la piel, porque empiezo a
sudar, lo noto en la sangre porque empieza a arder.
Y de repente su dedo
viaja a través de mi espalda, sobre mi vestido, pero se siente como si
estuviera contra mi piel desnuda. Sube, hasta llegar a mi cuello, donde traza
el arco de el. Para, y sustituye sus dedos por sus labios. No son suaves, son
rudos, no son dulces, son del sabor del pecado, que siempre va a cometer, son
fríos, pero los siento como si quemasen.
Me giro, y me
encuentro con sus ojos. Veo que siente lo mismo que yo, que cree que soy su
perdición, pero que no puede vivir sin mi. Me odia, lo se, pero solo por amarme
tanto. Sus ojos no lo niegan. Ni yo tampoco.
Me besa con ferocidad,
sólo para demostrarme que nunca escaparé, que nunca me alejaré, que siempre
será él quien me haga estremecer y arder, con solo tener su presencia.
Le respondo de igual
forma, para que tenga bien claro que no lo haré, que nunca le daré el gusto de
librarse de mi, que se que él igual responde ante mi, que soy su debilidad y
que nunca lo admitirá.
Me agarra del pelo, y
me separa de él. Antes de que sea demasiado tarde, antes de que el fuego nos
consuma y no queden cenizas de nosotros. Me mira con esos ojos salvajes y yo le
sonrío.
– Siempre seré esa
pesadilla que siempre querrás soñar. – Dice él, murmurando en mi oido...
Me despierto sudando, sobresaltada, con mi corazón latiendo
frenéticamente, con un ligero toque en mi espalda y en mi cuello, con un sabor
conocido en mis labios. Con el recuerdo de que olvido, que algo será para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario