“Para mi dulce Evan,
Nadie, jamás, nunca,
ha hecho lo que tú has hecho por mí. Antes mi vida no valía nada, mis días
pasaban lentos, sin emoción. Cuando te conocí, hacías que todo valiera la pena,
que pudiera pensar en un futuro sabiendo que no lo tendría. Miraba siempre a
tus ojos, para asegurarme de que todo era real, de que si me despertaba, no
estaría en la cama de mi habitación, encerrada en ella. Y si, me escapaba de
casa para verte porque si me quedaba un segundo más lejos de ti, temía dormirme
a la fuerza con tal de soñar contigo.
¿Y sabes por qué?
Porque te amo. Y lo digo con todas las palabras: T-E-A-M-O.
Un sentimiento llamado
amor al que le sigue tu nombre. Pero, nada es eterno ¿no?
Y nada es tan difícil
como decir que voy a morir. Reléelo las veces que necesites, lo he escrito
bien, voy a morir. Desde pequeña tengo un problema en el corazón que me impide
hacer las cosas que se hacen normalmente, temiendo que mis latidos se
silenciasen en cualquier momento. Va lento, cada vez más cansado. Pero tú,
haces que lata rápido, haces que por un segundo me sienta normal, sin el peso
de la muerte a mis espaldas, con la ilusión de vivir entera la vida. He tenido la esperanza de que se cure, pero
ahora, no la quiero. La tiraré por la ventana, porque ahora te tengo a ti, y
eso es lo único que quiero.
Te quiero Evan.
Alessia.”
Tragué saliva. Lo miré, y seguía silencioso como antes mientras
yo escribía. Que duro iba a ser convertir esta carta en palabras que serían dichas
algún día. Y que miedo a la reacción que tendría. No quería que se alejara de
mí ahora que me había enamorado.
-¿Y ahora que hago con la carta?
-Enróllala sobre sí misma y métela aquí.
Hice lo que él me dijo y la metí en la botella que me dio.
Se levantó y yo lo miré extrañada. ¿Se iba ya? ¿Tan tarde era? Pero entonces él
me tendió la mano, y calmada dejé que me ayudara a levantarme de la arena.
Me llevó a la barca, aquella del otro día, el día que fui
más feliz que en mucho tiempo.
-¿A dónde vamos?
-A tirarla en medio del mar.
-Bien.
Me quedé unos momentos sin pensar en nada, solo en escuchar
el viento y el mar. Por eso, cuando la barca se paró, yo me sorprendí.
-¿Aquí?
-Todo el mar es bueno para tirar la botella, pero no quiero
que nos alejemos mucho.
-Vale.
Levanté el brazo lista para lanzar la botella, pero su mano
me paró antes de hacerlo.
-No tienes que hacerlo si no quieres… algunas cosas son
mejor decirlas y no dar vueltas, así te sentirás mejor.
Pero yo ya la había tirado. La tenía en la mano, que estaba
en el borde de la barca y se me resbaló. En aquel momento me sentí mi ligera,
como si una parte de mi se hubiera desvanecido.
-Evan, ya la he tirado.
-Ya me he dado cuenta, la cara te ha cambiado considerablemente.
Nos miramos a los ojos y ambos comenzamos a reír, pero sin
aviso yo me callé, se cambió a mi lado, y me abrazó.
-Te has quitado un peso de encima, ¿verdad?
-No aún.
-¿A quién iba dirigida la carta?
-A ti.
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