Al día siguiente, no pude borrar
la sonrisa de mi cara. Intenté parecer seria, practicando frente al espejo,
pero en vez de conseguirlo, me asustaba de mi rostro. Las ojeras de la otra
noche estaban bajo los cansados ojos, eso, más mi sonrisa de oreja a oreja, que
en vez de parecer amigable, era diabólica. Realmente daba miedo.
Evan.
Su nombre no paraba de repetirse
en mi mente. Inundaba mis pensamientos. Era como si alguien hubiera apretado el
REPLAY en mi cabeza.
Mi familia seguramente si se habría
dado cuenta de mi gran cambio de humor. Pero a lo mejor no habían dicho nada
porque temían que cambiase otra vez. ¿Tan pesimista era antes? ¿O simplemente
no era feliz?
Mucho tardó la noche en llegar, y
cuando lo hizo, miré hacia la ventana.
La luna esta vez era menguante, pero aún así, seguía siendo igual de hermosa.
Decidí bajar a la playa, más que
nada, porque me gustaba la sensación de la arena entre mis dedos, la brisa del
mar jugando con mi pelo y el sonido de
las olas.
No por ese chico que removía cosas
en mi estómago, no.
Todos dormían profundamente y en
silencio salí de la casa con pasos mudos.
Llegué a la playa, esta vez sin
correr, y no había nadie.
Pues claro, ¿quién habría a estas
horas de la noche? Mi lógica cabeza decía que nadie, pero mi alma replicaba que
Evan.
Me sentía apenada, disgustada y
mis ojos se humedecían. Me los restregué.
-Estúpida – Era imposible que
tuviera esa emoción tan fuerte por él.
-¡ALESSIA! - Gritó alguien desde
la orilla por lo que pude adivinar.
Miré al portavoz de la voz y por
casi me da un ataque al corazón. Mi mente en ese momento no formó nada
coherente.
Evan, hermoso, vestía solo unos
pantalones desgastados remangados hasta las rodillas con una camisa blanca de
botones, desabotonada, que se movía con el aire.
Estaba de pie sobre una barca
pequeña blanca, que se balanceaba sobre las finas olas.
Su pelo dorado aún brillaba en la
noche con sus ojos de ensueño.
Me quedé con la boca abierta, aún
estúpida, asimilando toda la belleza en mi cerebro, para después mañana
suspirar cuando estuviese sola.
Fui a él, no esperando ni un
segundo más.
-Sorpresa…
-Evan… ¡Gracias! – Sin poder
contenerme, lo abracé. Cuando al fin me separé, me mordí el labio y miré al
otro lado, ocultando el color escarlata de mis mejillas. - ¿Vamos?
Él rió. El sonido más hermoso del
mundo, después de su voz, claro.
-Sube – Él me ayudó a subir, agarrándome
los brazos, pero eso solo bastó para que mi corazón latiera frenéticamente.
Una vez ambos sentados, él comenzó
a remar. Fui notando poco a poco como la barca se movía son el tango de las
olas.
-Supongo que te has escapado otra
vez, ¿a qué sí? – Era bastante difícil concentrarse en lo que me decía teniendo
semejante hermosura delante. - ¿Alessia?
-No… eh… sí. Perdona, ¿que decías?
-Que si te habías escapado esta
noche también.
-Sí. De otro modo, no podría estar
aquí.
-¿Por? – No sabía sinceramente si
contestar. ¿Me trataría diferente o simplemente huiría de mí? ¿Podría confiar
en él? Callé rehusándome a contestar. – Alessia…
-Esa no es la cuestión. Es más
complicado.
-No importa. – Le miré a los ojos
y cuando lo hice él me cogió las manos entre las suyas. – Esperaré lo que sea
para que confíes en mí lo suficiente.
Después de eso, nos quedamos en
silencio. Íbamos alejándonos de la orilla, adentrándonos en el mar.
-¿A dónde vamos?
-A donde tú quieras, te llevaré.
-Vale, a la luna.
-¿A la luna? Fácil. – Alcé las
cejas.
-Te estas riendo de mí. – Dije
entre risas, pero el estaba serio.
-No. Cierra los ojos, cuando
lleguemos en seguida lo notarás.
Cerré los ojos, nerviosa. Los
humanos habían hecho cosas increíbles, ¿pero navegar hacía la luna? Todavía no.
De repente, noté sus labios en los
míos, y me dejé llevar, abandonándome a la magia del momento.
Ciertamente él me había llevado a
la luna, para tocar las estrellas con un solo beso.
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